Criticas a la obra "El Grito"

Críticos: 

Señala el especialista Jon-Ove Steihaug en uno de los textos que acompañan el catálogo de la exposición que, efectivamente, El grito goza de tanta popularidad, que ha llegado a eclipsar el resto de la obra de Munch. “Se ha convertido en un símbolo universal de la angustia y la alienación del hombre moderno. Es llamativo y se entiende con facilidad, pero su fama –incrementada por varios robos y por los precios récord que ha alcanzado en las subastas– hace que se preste al comentario general y a su reutilización en la cultura popular en todas sus manifestaciones, desde el cine de terror hasta el cómic…”

Lamenta el crítico la reducción y la simplificación de la obra del autor, al tiempo que matiza algunos mitos largamente aceptados que el propio pintor contribuyó a alimentar, así su imagen de hombre “depresivo, enfermo, alcohólico, solitario y psicológicamente perturbado que tuvo una infancia desgraciada y odiaba a las mujeres”. Nos dice Ove-Steihaug que, pese a que su madre y su hermana murieron de tuberculosis cuando él era muy pequeño; que pese a que él siempre tuvo una salud frágil y un carácter introspectivo y de exacerbada sensibilidad –factores que le condujeron a su particular concepción del arte– Munch llegó a los ochenta años y se convirtió en “un artista empresario muy productivo y de gran éxito que consagró fervientemente su vida a lo único que consideraba su verdadera misión: crear una obra de gran altura y ser respetado como artista”.



De acuerdo con David Jackson, profesor de historias de arte rusas y escandinavas en la Universidad de Leeds, en Inglaterra, estas cualidades les permiten a personas con poco conocimiento del arte expresionista relacionarse con lo que fue, cuando se reveló por primera vez, una obra vanguardista.
"Es bastante catártica", dice. "Todos se sienten identificados. Todos nos hemos sentido solos y desesperados en algún momento de nuestras vidas".
"Creo que esta obsesión por observar cosas que nos molesten es una parte fundamental de la condición humana. Si usted va a algunas librerías encontrará todos estos libros en venta sobre niños abusados. Todo el mito y la industria alrededor de Vincent van Gogh están basados en lo mismo".
 Obra de Francis Bacon

El Grito influenció la obra del pintor irlandés Francis Bacon.

De pronto por esta razón, la influencia de El grito en el arte moderno ha sido considerable, como se puede notar en la serie de papas que gritan de Francis Bacon, el Guernica de Picasso y, por supuesto, las estampaciones de seda del trabajo de Munch, por Andy Warhol.
La cultura popular ha abrazado esta iconografía, desde la máscara en las películas Scream, de Wes Craven, hasta los villanos alienígenas The Silence, en Doctor Who -basados en la obra de Munch-.
El propio Munch fue el primero que produjo esta imagen en grandes cantidades. Creó cuatro versiones -dos pinturas y dos con una técnica de pastel- entre 1893 y 1910, además de una litografía.
Pero no todos en el mundo del arte están felices con su ubicuidad.

Rachel Campbell-Johnston, crítico de arte en el periódico The Times, no es muy aficionada.
La popularidad de El grito, cree, proviene de una tendencia que entiende formas de arte descritas de antemano con adjetivos como "tenso", "oscuro" y "perturbador" como superiores a aquellas que son ligeras y alegres.
De hecho, ella hace una analogía con un adolescente que escucha música alterada y depresiva en su habitación antes de aprender, a medida que crece, a apreciar un compositor como Bob Dylan, que maneja emociones más sutiles y complejas.

"El Grito es casi infantil en su franqueza", dice. "Lo que uno recibe de ese cuadro no es algo que se vuelva más profundo con el tiempo".
"Es llamativo para un gusto inmaduro. A medida que uno crece, uno quiere algo diferente: un arte que transforma el día a día y no el que va a los extremos de las emociones humanas".

Lo que no está en duda es que las emociones expresadas por Munch en su serie de El grito son totalmente auténticas. Atormentado por pensamientos sobre el suicidio y agobiado por una tragedia familiar, el desespero reflejado en la obra de arte es el desespero propio del artista.

Para Sue Prideaux, autora de una biografía de Munch, es imposible ignorar el contexto más amplio de la imagen: una sensación extendida de desasosiego durante el final del siglo XIX, cuando las obras de Darwin y Nietzsche carcomieron viejas costumbres y tipos de fe.
Fue la habilidad de Munch para combinar lo puramente personal con lo universal lo que hace que su obra más famosa haya perdurado, dice.
"Los sentimientos expresados en la obra fueron extremadamente subjetivos de parte de Munch", asegura.
"Pero como ese cráneo tiene esencialmente las características de cualquiera, todos podemos proyectar nuestros sentimientos en él".
Sin embargo, hay evidencia que sugiere que el vínculo extendido hacia el arte que transmite sentimientos de desespero y horror es más que simplemente una preferencia estética.

El sicólogo Eugene McSorley, de la universidad de Reading, en Reino Unido, ha realizado estudios que rastrean los movimientos de los ojos de las personas cuando se les muestran imágenes desagradables, como víctimas de hambrunas, personas con heridas de bala, cadáveres.
"Parece muy difícil que las personas repriman o ignoren estas imágenes", dice McSorley. "Les parece muy difícil no mover sus ojos hacia ellas".
"Se podría especular que esto nos da una ventaja evolutiva para detectar cosas que nos van a herir o matar. O se podría argumentar que estas emociones básicas son más fáciles de reconocer que otras que son más complejas".
Tal conclusión es combustible para los críticos que se lamentan de la falta de sutileza de El grito, así como para aficionados que celebran su universalidad catártica.
Más allá del bando en el que usted caiga, es irrefutable que ese llanto de la figura esquelética continúa vigente en la imaginación popular.





Dª Paloma Alarcó
Jefe de Conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid. De 1982 a 1991 trabajó en el Centro Nacional de Exposiciones del Ministerio de Cultura y en varios proyectos investigación de arte español contemporáneo.

Desde 1991 es conservadora del Museo Thyssen teniendo a su cargo el departamento de Pintura Moderna y el comisariado de exposiciones. Sus últimas publicaciones son: el catálogo razonado Museo Thyssen-Bornemisza. Pintura Moderna (2009), la edición de Claude Monet. Correspondencia. Los años de Giverny (2010) y Museo Thyssen-Bornemisza. Obras escogidas (2011 Se ha dedicado de manera especial a los primeros años de la modernidad y al retrato de de la era moderna.

Entre los últimos proyectos que ha comisariado en el Museo Thyssen-Bornemisza se encuentran: Kokoschka, Max Schmidt, Adolf Loos y sus amigos (2001); El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso (2007; Otto Dix. Retratos de Hugo Erfurth (2008); Monet y la abstracción (2010) y Viaje a lo exótico. Homenaje a Gauguin (otoño 2012).

“La escena de El grito se desarrolla durante un encendido atardecer en la colina de Ekeberg, junto al fiordo de Kristiania (Oslo), adonde solían ir de excursión los habitantes de la ciudad, pero ese bello lugar de esparcimiento se transforma en un escenario en el que el orden racional se desintegra y se vuelve destructivo. La siniestra figura humana en primer plano, con la cabeza en forma de calavera y una mueca de terror, busca desesperadamente nuestra mirada, mientras se tapa los oídos para no escuchar el estridente grito que agita el estremecedor espectáculo de su alrededor”, escribe Paloma Alarcó, comisaria de la muestra, en el catálogo que la acompaña.
Entre los textos que nos legó el artista, como no podía ser de otro modo, adquiere especial relevancia el dedicado a El grito. También, en su sencillez, en su tono de cuento, es una de las composiciones más bellas del conjunto. Munch se limita a narrar, a describir lo que pasa en el cuadro. Nos dice que paseaba por el camino con dos amigos y que de pronto el cielo se tornó rojo sangre. Nos dice que se apoyó sobre la valla, temblando de angustia y sintiendo que “un inmenso grito infinito recorría la naturaleza”.
Alarcó sitúa la pintura en el contexto de su época, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando “el nuevo ambiente urbano, abarrotado por las masas, transformó el modo en que el hombre moderno percibía su relación con el mundo. La angustia, la ansiedad y la incertidumbre sustituyeron súbitamente a los viejos ideales y convicciones…”, nos dice. En un presente donde el desasosiego y la preocupación ante el inmediato futuro se han acentuado, la figura aterrada de Munch nos retrata, nos representa, incapaces de silenciar el grito, los gritos múltiples de las sociedades que habitamos, por mucho que queramos esconder la intranquilidad, la urgencia, el malestar, tras el brillo de nuestras pantallas de ordenador y el espectáculo diario en que se han convertido las noticias.

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